Escribe Sánchez Ferlosio en Industrias y andanzas de Alfahuí que “el Henares es un río terroso que baja por las tierras oscuras y viene de las oscuras montañas”. Sin embargo, en su curso hacia el Jarama, el Henares visita enclaves que, bien por su patrimonio, naturaleza o por la perfecta unión de ambas, pueden calificarse de muchas formas menos de oscuros. Éste es el caso de Bujalaro, un pueblo en el que el arte, la historia y la naturaleza hace brillar al municipio con luz propia.
Bujalaro. 17 de marzo de 2021. Bujalaro, aunque habitado desde la Edad del Hierro, como muestra la existencia de un importante castro celtibérico en su término, debe su nombre a la más que probable presencia en época islámica de una pequeña torre o fortaleza propiedad de un tal Harum. Esta Burŷ al-Hārūn estaba situada en lo que era una importantísima vía de paso ya en la Prehistoria, cuyo trazado replica hoy la línea ferroviaria que une Guadalajara y Sigüenza. No es de extrañar, por lo tanto, que su emplazamiento tuviera una gran relevancia estratégica desde varios milenios antes de nuestra era, y que se pusiera en relación con las andanzas del Cid por estas tierras. Además, su condición lindera entre las comarcas de la Alcarria, la Serranía y la Campiña no hace sino amplificar su atractivo.
Ya en el siglo XIII la población es mencionada con el nombre de Boriaharo como una aldea perteneciente a Atienza, pero cuya iglesia dependía de la diócesis de Sigüenza. En el siglo XV, Bujalaro acabó perteneciendo al común de villa y tierra de Jadraque, y así pasaría los años, hasta que a mediados del siglo XVI se erigieran aquí dos de las joyas del Renacimiento en la comarca, ambas en la Iglesia de San Antón.
La primera de ellas es la portada del muro norte del templo, realizada en un exquisito estilo plateresco y fechada en el año 1540 por la inscripción que recorre el arquitrabe. Esta obra se yergue como un monumento de primer nivel dentro del Renacimiento seguntino y, aunque no se conoce su autoría, se sospecha que detrás estuvo la mano de alguno de los grandes del plateresco que por aquellas fechas ejercían sus labores en Sigüenza, como Nicolás de Durango, Francisco de Baeza o, incluso, el propio Alonso de Covarrubias. Sobre el arquitrabe que corona un arco semicircular flanqueado por columnas se eleva una imagen de la Virgen María que descansa en el interior de una bella hornacina que ya manifiesta los achaques del tiempo. Sin embargo, la belleza de esta obra maestra permanece inmutable al paso de los años.
La segunda de las joyas de la iglesia de San Antón de Bujalaro es el artesonado, también del siglo XVI, que cubre la única nave con la que cuenta el edificio. Esta techumbre de par y nudillo, de estilo claramente mudéjar, es la gran desconocida de estas tierras, hecho que resulta del todo sorprendente, ya que se trata, sin lugar a dudas, de la cubierta más vistosa de la comarca. De este modo, y siendo Bujalaro un ejemplo, hay infinidad de joyas brillantes en estas tierras no tan oscuras por las que fluye arenoso el río Henares.