El siglo XVI estuvo marcado por las aventuras de los exploradores que, en tierras americanas, buscaban El Dorado sin saber que, desde el principio, éste se encontraba en la pequeña aldea de Jirueque. Al igual que la legendaria ciudad, El Dorado de Jirueque era rico y maravilloso, además de poseer la ventaja de no ser una leyenda. El sepulcro de Alonso Fernández ha encandilado a todo el que lo contempla desde hace más de cinco siglos; tiempo en el que ha sufrido toda clase de avatares que hacen de su conservación, un milagro. ADEL Sierra Norte divulga este tesoro escondido en la Sierra Norte, cuya admiración bien merece la visita.
Jirueque. 22 de diciembre de 2021. Remontando la antigua carretera que lleva a Soria, hasta el viajero más despistado se ve obligado a posar sus ojos sobre el imponente torreón desde el que, como derramadas por la ladera, se esparcen las casas del municipio de Jirueque. La torre, perteneciente a la iglesia románica de San Bartolomé, que ha visto a la carretera ser cañada, antes incluso de ser camino, guarda en sus entrañas uno de los tesoros más impresionantes de estas tierras: el sepulcro alabastrino de Alonso Fernández de la Cuesta. Muerto en 1510, de este personaje se podría decir que fue un prelado o, incluso, un obispo a juzgar por la naturaleza de su sepulcro y, sin embargo, se trata del sacerdote que a finales del siglo XV se encargaba de las parroquias de Jirueque y las Cendejas.
Poco se sabe de esta obra, de su huésped o su creador. La destrucción durante la Guerra Civil del archivo parroquial nos ha privado de toda información y casi nos priva del sepulcro mismo. Durante la contienda, la iglesia fue saqueada y uno de los lados mayores de la tumba quedó muy dañado. Pese a ello, los escasos trabajos de investigación que han tratado el tema apuntan a grandes semejanzas entre el sarcófago de Jirueque y otros dos ejemplares ubicados en la iglesia de Pozancos y la catedral de Sigüenza. Este hecho podría señalar la existencia de un escultor itinerante que, posiblemente por encontrarse trabajando en las obras de la catedral seguntina, llevase a cabo distintos trabajos en la comarca.
El sepulcro, de muy buena factura, está elaborado en un alabastro blanco-amarillento de Cogolludo, lo que pudo ser el origen de su apelativo de “El Dorado”. Según se decía, al introducir una vela en el interior, la luz atravesaba levemente las paredes cubriendo todo de un resplandor áureo. Su estilo muestra un sarcófago sustentado por seis cabezas de león y coronado por la escultura yacente de don Alonso Fernández ataviado con sus ropajes listos para la liturgia. A su alrededor, una leyenda en preciosa letra gótica promulga su identidad, título y fecha de la muerte. Sus lados largos, de estructura tripartita, tienen representados por una cara la anunciación, con una virgen y un arcángel Gabriel separados por un jarrón de azucenas, y por la otra, las figuras de santa Catalina y santa Lucía, así como dos escudos heráldicos representando el sacerdocio. Un escudo similar se observa en el espacio de la cabecera, sujeto por dos ángeles, mientras que a los pies se puede ver de nuevo a don Alonso en actitud orante con una marcada tonsura. No obstante, la distribución de los relieves no es la original pues, tras la destrucción de la guerra, la restitución del sepulcro se hizo sin mucho esmero, por lo que algunas de las figuras se ajustaron con la orientación inversa a la que le correspondía (como los dos escudos del costado izquierdo) y, con toda seguridad, en distinta posición. Actualmente, gracias al esfuerzo de la parroquia de Jirueque y sus parroquianos, existe un proyecto serio de restauración que, con toda seguridad, hará que el sarcófago recupere parte del esplendor de antaño.
Pese a todo, la milagrosa conservación hasta nuestros días de semejante tesoro artístico permite valorar y admirar este “arte de periferia”, irradiado de los grandes núcleos desde los que, de vez en cuando, anónimos artistas dejaban escapar áureos fogonazos de genialidad para el disfrute de las generaciones venideras. ADEL Sierra Norte divulga este tesoro escondido en la Sierra Norte, cuya admiración bien merece la visita.