Las Cartas arqueológicas y la reescritura de la historia municipal

ADEL Sierra Norte impulsa desde el año 2010 la elaboración de las cartas arqueológicas de los municipios incluidos dentro de su ámbito territorial. El arqueólogo Ricardo Barbas y su equipo han finalizado ya las que corresponden a Arbancón y a Arroyo de Fraguas, y está a punto de cerrarse ya también la de Jadraque.

Sigüenza. 6 de octubre de 2011. La Junta Directiva de Adel Sierra Norte, en su reunión de mayo de 2010, acordó subvencionar las cartas arqueológicas en los 85 municipios que integran su territorio dentro de la medida 323 “Conservación y Mejora del Patrimonio Rural”, en el marco del Programa de Desarrollo Rural 2007-2013, Aplicación Eje 4 Leader. Fueron 43 los municipios que se acogieron a la convocatoria realizada en su día. En la actualidad, sigue en marcha la elaboración de muchas de ellas, algunas ya muy próximas a su fin.

Ya ha concluido la labor de los técnicos en dos localidades, Arbancón y Arroyo de Fraguas, en las que el Grupo de Desarrollo Rural ha invertido un total de 6.000 euros, subvencionando el 84% de la inversión. El resto han sido aportaciones municipales. Muy cerca de su conclusión está también la de Jadraque.

Las tres son obra del arqueólogo Ricardo Barbas y de su equipo. “Junto al desarrollo de una comunidad, existe toda una serie de elementos que sirven para añadir un valor especial o específico a lo ya conocido, a lo recordado, o incluso a lo olvidado. Uno de estos instrumentos son las cartas arqueológicas, convertidas en todo un catálogo de singularidades diferenciadas por técnicas, tiempos, culturas, de especial relevancia a la propia génesis de un territorio, gentes, campos, aguas y bosques, producto de la huella del hombre y de la propia vida sobre el entorno”, afirma Barbas.

Arroyo de las Fraguas o el corazón metamórfico metalífero, Arbancón entre dos mundos, la Sierra y la Campiña o el Jadraque-Castejón sobre al Henares junto a la Alcarria, son los protagonistas de estas historias desgranadas íntimamente mediante el trabajo y publicación de la memoria de sus cartas arqueológicas, verdaderas ventanas abiertas a otros mundos fosilizados en sus territorios. La historia de Arbancón se extiende a lo largo de siglos. Desde los asentamientos de la edad de Bronce hasta la reciente desaparición del municipio de Jocar, han sido muchos los acontecimientos de los que ha sido testigo esta parte de la provincia. Algunos de los más tristes tuvieron lugar durante la Guerra Civil. A esta contienda pertenece una trinchera de 3,5 kilómetros de longitud que se extiende a lo largo del Alto de la Cruz, en la línea que va desde Arbancón a Cogolludo.

El nombre de Arroyo de las Fraguas recuerda el olor de las fraguas de carbón de brezo, el incesante martillear al yunque, y la afanosa vida de la minería de las montañas, que al son de las estaciones contribuían a extraer minerales del corazón granítico de estos sistemas metamórficos. Esta situado en un valle en U en medio de un inmenso verde perenne de rebollos, brezos y gayubas, que brilla en oro gracias a su arquitectura dorada. Esta es recia y pequeña en dimensiones, con la humildad de encontrarse entre las altos y desnudos rocallones de las sierras que le rodean. Zona tradicional de pastos de verano y una agricultura casi relíctica, los restos arqueológicos más importantes nos hablan de los antiguos y duros pobladores, asociados a la actividad ganadera y minera ancestral de carácter estacional, que desde estas montañas iban desgranando poco a poco las pepitas del metal, que acarreado por los viejos caminos y senderos por la caballería, bajaban aguas abajo, hacia los centros urbanos y mercados de las vegas. Montañas admiradas desde antiguo por su riqueza, el hombre las venera y sacraliza, Santois y su antiguo pueblo, y la omnipresente vista y romería al Sacro Santo Monte del Alto Rey, así lo confirman. Sólo queda recordar el dicho popular de Doña Margarita Gil : “Tomillar, moroquero y Peñas de Castillar, cuantas calderitas de oro en tu seno se encontrarán”.

Un trabajo concienzudo

Desde las altas montañas, de corazón duro pero maleable al fuego de pequeñas fraguas, hasta la vega de los ríos donde las primeras culturas cerealistas abrían los campos para hacerlos fértiles, el trabajo del arqueólogo consiste en leer e interpretar sobre el terreno cada resto diferenciador de episodios pasados, desde un pequeño fósil en las costras calizas de los páramos terciarios, hasta las labores industriales de los siglos XIX y XX. El investigador, bajo los parámetros de una estructurada metodología de trabajo, debe centrarse primero en el estudio previo de las fuentes documentales existentes, lecturas obligadas que ponen en antecedentes y dan pistas de los elementos más importantes a documentar. “Este es un momento de verdadero ratón de biblioteca, archivos y museos, en búsqueda de objetos y textos dispersos que nos llevan poco a poco a estructurar y planificar el posterior trabajo de campo”, prosigue Barbas. También los informantes locales son un verdadero tesoro para el arqueólogo. “Nos dan cuenta de la fabulosa tradición oral y la información de la toponímica menor, que tantos y tan buenos resultados añaden a la información arqueológica”, certifica el historiador.

El trabajo de campo lo caracteriza el paso lento pero firme del arqueólogo sobre el terreno, siempre en grupos de prospección, con más o menos cercanía entre sus miembros, y con la vista en el suelo. Campos de cultivo a pie, barro y polvo, densos bosques de encinar y arbustos, el vado de los ríos, subiendo y bajando laderas, o serpenteando en pequeñas oquedades, se hacen camino. Durante este tiempo predomina el silencio y el pensamiento, rotos muy de vez en cuando ante el pequeño hallazgo de una pieza susceptible de ser algo más. “En ese momento el corazón se acelera, el paso es más lento y se detiene, la vista se agudiza. ¿Será un hallazgo aislado, o los restos de un gran poblado perdido?”, describe el arqueólogo.

Todo el trabajo de campo es documentado día a día, tras la larga jornada. Se hace el resumen, se rellenan las fichas, los materiales arqueológicos se ponen en bolsas etiquetadas, y las fotográficas se descargan en el ordenador, todo con cuidado meticuloso como pruebas policiales de reconstrucción de hechos. El trabajo de gabinete viene a continuación. Se realiza bajo cubierta, las piezas arqueológicas son lavadas, etiquetadas, sigladas y se depositan en el museo arqueológico provincial. Toda la información se enumera y estructura. Entonces es cuando “las piedras hablan”. Análisis matemáticos, estadísticas, distribuciones territoriales, tipo de materiales y estudios cualitativos y cuantitativos abren las puertas a la memoria más profunda del municipio.

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